LYSA
Lysa estaba en su
cuarto recostada aunque era cerca del mediodía. Ya hacía casi un mes del duelo
y Petyr, a pesar de la gravedad de las heridas, había salvado la vida. Sólo le
quedaría una fea cicatriz en el pecho que, según había oído decir al maestre
Vyman, apenas se vería cuando le saliera vello. Mientras él iba mejorando, ella
cada vez se encontraba peor: la somnolencia la acompañaba todo el día, por no
hablar de la falta de apetito y las ganas de vomitar. Lo achacaba al cansancio por sus escapadas para cuidar del herido mientras su hermana estaba ocupada en
los preparativos de su enlace, pero de eso hacía ya más de veinte días. Nadie
la echaba de menos por el castillo en esas ocasiones, pensando que estaría en
el bosque de dioses. Hizo caso omiso a la prohibición paterna y acudió a ver a
su amado cuando éste estaba peor, inconsciente por el vino del sueño o lo que estuviera dándole el maestre. No quería delatarse, y menos después de lo
ocurrido durante la semana después del duelo…
Mientras
Vyman estaba ausente, Lysa se empezó a colar desde el primer momento en la
habitación para ver cómo estaba Petyr. El cuarto día, como en las veces
anteriores, le estuvo secando el sudor y poniendo sus manos en el pecho para
calmarlo cuando se movía con agitación. La fiebre le consumía y deliraba en
ocasiones, levantando las manos igual que si blandiera una espada, a la vez que
negaba con la cabeza. Era como si viviera el duelo una y otra vez. Lysa
imaginaba que Petyr quería vencer a toda costa aunque fuera en su mente. Sabía
lo que odiaba perder. Pero esa mañana su delirio fue distinto. Empezó a
temblar. Lysa lo arropó, pero no sirvió de nada. Petyr abría y cerraba los
ojos, mostrándolos en blanco, mientras se encogía y se abrazaba a sí mismo. Los
dientes le castañeteaban cada vez más. Ella se asustó, no sabía qué hacer.
Pensó en avisar al maestre Vyman, pero entonces descubrirían allí su presencia
y todo sería peor. No quería oír sermones de su padre sobre el honor, el deber
y todas esas monsergas que a ella no le preocupaban. Su única prioridad en esos
momentos era la vida del muchacho que amaba.
Buscó una manta para
abrigarlo más, pero no halló ninguna. Estaba desesperada. Entonces, sin pararse
a reflexionar, se metió vestida en la cama para darle calor. Se tendió junto a
él y lo abrazó. Petyr estaba helado como un carámbano a pesar de que el sudor
le empapaba la cabeza. Ella pensó que lo mejor sería que sus cuerpos estuviera
en contacto directo, piel con piel, a fin de transmitirle mejor el calor.
Tímidamente desató los cordones que cerraban por delante su vestido. «No hay
nada malo en esto. Es un enfermo al que estoy cuidando», reflexionó. Entonces, ¿por qué se
sentía culpable a la vez que nerviosa? No pensó en eso y de nuevo se arrimó a
él. Estaba húmedo y frío. De pronto, el enfermo se volvió con los ojos
cerrados, le cogió la cara y la besó. Lysa no se resistió, sino que respondió
al beso con avidez a pesar del regusto amargo de la boca de Petyr… Lo que pasó
después la hacía ponerse colorada de excitación al recordarlo. Y también la
enfurecía. Había entregado su doncellez al muchacho que amaba y él ni se había
enterado. Lo más triste es que la había llamado “Cat”. A pesar de todo, después
de aquel encuentro, volvió a ver a Petyr en dos ocasiones más en esa semana y
no pudo resistir la tentación de besarlo y dejarlo hacer.... La última vez
temió que él la reconociera, porque abrió los ojos de par en par, como si
despertara del letargo de la leche de la amapola. De hecho, le preguntó si era
Catelyn mientras le tocaba el pelo e intentaba apartarlo de su cara, y ella,
aunque dolida, le dijo que sí, ocultando su rostro tras un mechón de cabello. No
quería que él dejara de besarla, de abrazarla y de hacerla sentir tan bien.
Podía soportar que Petyr creyera que era Cat con tal de tenerlo para sí, aunque
fuera por unos pocos minutos…
Una arcada le sobrevino
de repente. No encontraba la forma de pararlas. Apenas comía y no le quedaba
nada que vomitar. Tendría que consultar con el maestre para que le diera
algún remedio que acabara con el suplicio que estaba viviendo los últimos días.
Se levantó mareada y fue en su busca. Ahora que Petyr ya parecía que iba
mejorando, estaba menos ocupado. Lo encontró en el cuarto donde preparaba las
medicinas y hacía sus investigaciones. Al entrar, vio en los ojos de Vyman que éste
sospechaba que no se encontraba bien. "Lysa, estás muy desmejorada, demacrada.
Dime qué síntomas tienes, porque adivino que has venido a consultarme.» La
muchacha le explicó todo lo que le ocurría. El maestre se quedó pensando, como
si no hallara las palabras adecuadas. «Hija mía, ¿cuándo fue la última vez que
tuviste la sangre de la luna?» Lysa se sonrojó. «¿Qué tiene eso que ver con lo
que me pasa, maestre?» Vyman insistió. La verdad era que ya hacía una semana que
debería haber tenido su sangre. «Creo que debo hablar con tu padre, pequeña.
Pero debes ser sincera conmigo. ¿Has intimado con algún muchacho?» Lysa no entendía
esas preguntas. ¿Qué relación había con lo que le estaba ocurriendo? En el
fondo no era más que una niña que no sabía nada… «¿Intimar, maestre? He besado
a alguno, sí, pero…» Vyman, trató de ser más claro dándole algunos detalles de
lo que quería decirle. Lysa se derrumbó y confesó sus visitas a Petyr mientras
que el maestre asentía.
Fuente imagen: http://awoiaf.westeros.org/index.php/Lysa_Tully |
uy..pobre Lysa...no se da cuenta en lo que se metió la pobre...espero que encuentre alguna solución...
ResponderEliminarLa verdad es que tiene un problema encima :(
EliminarNoooo, no lo puedo creer esta embarazada que vuelo a la historia, no lo puedo creer, Lysa se entregó a Petyr por amor y él ni cuenta se dio, que pena, ella cuidándolo y procurando su bienestar, ah ojalá el corresponda su amor, que tristeza por ella. u.u
ResponderEliminar:( querida Athena, que bien plasmas la duda... a partir de ahora todo son momentos duros y difíciles. De los que me ahogo nada más por intentar recordarlos.
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